Historia de la Parroquia

Vista del templo (Imagen: Carlos Moncín)

El siglo XVII, época de inusitado fervor en todos los reinos hispánicos, la, en aquel momento esplendorosa ciudad de Calatayud asiste, a ritmo febril, al asentamiento de un gran número de fundaciones religiosas. De entre todos los templos alzados en aquel momento, sin duda, el culmen de esta gran actividad constructiva supondrá, para mayor gloria de Dios, la iglesia de los jesuitas consagrada bajo la advocación, en aquel momento, de nuestra señora del Pilar.

La elegante forma de este templo de la Compañía de Jesús es una verdadera inspiración para los sentidos. Éstos, en su admiración, harán elevar el alma en la búsqueda de Dios. Su disposición interior bebe, como otros templos de sus mismas características, de las fuentes de un arquitecto del renacimiento llamado Vignola. La tribuna que circunda todo el templo, una buena muestra de este barroco jesuítico, se encuentra cubierta por celosías. Éstas asoman sobriamente, mediante dos arcos, a la nave de la iglesia, dotando a la balconada de un gran intimismo.

La decoración en yesos, algo movidos, que domina a los pies del templo, se tornan un tanto más sobrios y elegantes mientras nos acercamos a la cabecera. Ésta será la última ampliación del edificio, llevada a cabo por los arquitectos jesuitas Antonio Forcada y Francisco Martínez. Los estucos, la gran concha o venera que abarca el presbiterio, y la decoración efectista de esta parte del templo son una muestra, gallarda y airosa, del rococó aragonés.

Vista del retablo mayor (Imagen: ARS12)

El altar mayor, proyectado por Félix Malo, autor afincando en la ciudad, es una buena muestra de este refinado arte francés. Ejecutado en una lograda imitación de mármoles, sus elegantes formas se encuentran presididas por la escultura renacentista de San Juan Bautista, procedente de un templo anterior, del que éste, en 1770, tomará su nueva advocación. Esta talla es una buena muestra de los talleres de Juan de Moreto y Damián Forment, mismo autor del altar mayor de la Basílica del Pilar de Zaragoza. Félix Malo, precisamente, siguiendo esa impronta teatral tan barroca, creará el Cristo Salvador que lo corona, el cual, en un rompimiento de gloria, se muestra ante unos ángeles que lo alaban con aromas e inciensos. Las miradas de éstos parecen también contemplar el suelo del presbiterio, bello ajedrezado ejecutado en 1763. Éste combina el mármol blanco con el de Calatorao, en un estilo casi cosmatesco.

El crucero, amplio, suficiente para acoger las otrora solemnes festividades y catequesis de los jesuitas, se encuentra circundado por magníficas tribunas curvilíneas, buenas muestras de los talleres de ebanistería bilbilitanos del siglo XVIII. Éstas dotan a esta parte del templo, del aspecto de una abadía alemana rococó.

La escultura de la Virgen del Pilar, antigua titular del templo, e imagen de gran veneración aquí, se encuentra situada a los pies del retablo mayor en un altar que imita el camarín de su basílica zaragozana.

Virgen del Pilar (Imagen: ARS12)

Los altares de ambos lados del crucero, creados de manera armoniosa, encierran una rica iconografía relacionada con sus esculturas titulares. El sobrio aspecto de este primero encierra la representación de un bello calvario. Cristo en la Cruz, mira al cielo llamando al Padre poco antes de entregar su vida por los demás, rodeado de su Madre y de San Juan evangelista. En el ático la figura de un Cristo resucitado y triunfante, culmen de la historia de la salvación. En el banco del mismo, en relieves rodeados de rocallas, aparecen los atributos de la pasión y muerte de Jesucristo: la columna donde fue azotado, la escalera del descendimiento, la bolsa que contiene las monedas de la traición de Judas, la mano que lo abofeteaba, la esponja y la caña con la que se le dio a beber hiel y vinagre, la jarra que la contenía, las tenazas que sirvieron para desclavarlo de la cruz, los dados con los que se jugaron sus ropas, la lanza que hirió su costado, la caña con la que fue herido, la espada de San Pedro cortando la oreja del criado del Sumo Sacerdote, el látigo con el que fue azotado y, por último, la corona de espinas.

Altar del Calvario (Imagen: ARS17)

Junto a él, en gallardo lienzo rococó, la Inmaculada Concepción de José Luzán pintor importantísimo del XVIII en Aragón, maestro de Goya y Francisco Bayeu, que muestra en esta obra a una Inmaculada de influencia napolitana serena, humilde en su belleza y en su disposición.

Una característica propia también de los templos de barroco jesuítico es que las capillas laterales de los mismos se encuentran unidas unas con otras mediante pequeños arcos. Las más próximas al crucero serían las últimas en concluirse entre los años 1748 y 1767.

La tercera del lado izquierdo, hoy consagrada al Sagrado Corazón de Jesús, pudo en principio estar dedicada a San Ignacio de Loyola, fundador de la orden jesuítica. A ambos lados del monumental altar barroco, se encuentran dos cuadros devocionales que representan a San Nicolás de Bari y San Millán. En la siguiente de las capillas, un altar prácticamente desnudo de policromía, debido a la precipitada expulsión de los jesuitas en el año 1767, se encuentra presidido por una imagen de la Virgen del Rosario procedente del antiguo convento de San Pedro Mártir de dominicos.

Por último, la capilla más próxima a los pies del templo, alberga un altar del siglo XVIII procedente del antiguo convento de San Francisco: el altar de la Venerable Orden Tercera. Una moderna talla del “Salvator” descansa bajo la mirada serena de un San Francisco de Asís y un busto del “Ecce homo”. A ambos lados del retablo San Crispín y San Crispiniano, patrones del gremio de zapateros de Calatayud, y que proceden de la primitiva parroquia de San Juan de Vallupié. A sus pies, la Dolorosa, conmovedora talla de un escultor local de gran fama a finales del siglo XVIII: Gabriel Navarro. Un cuadro de gran tamaño hecho en Roma en el que aparece San Francisco Javier junto a San Ignacio de Loyola, arrodillados frente a la Sagrada familia, completan la decoración de este espacio.

La primera de las capillas del lado derecho se encuentra dedicada a Santa Dorotea, su altar, muy barroco, del siglo XVIII, encierra gran parte de las devociones de los feligreses, sobre todo labradores, del antiguo templo de San Juan de Vallupié: San Isidro, San Lamberto, etc… La titular, de hecho, fue patrona de los barrios altos de la ciudad hasta ser sustituida en el siglo XIX por la Purísima Concepción. Otra devoción jesuítica, en este caso San Francisco de Borja, aparece ante nosotros en un altar de estilo rococó, dorado en el año 1762, y probablemente debido a las diestras manos del escultor Félix Malo. Éste es representado despreciando las altas dignidades de su rango y alabando una de sus devociones: Jesús Sacramentado, el cual se encuentra sostenido por un ángel. Una talla de San Antonio de Padua, también del siglo XVIII, se sitúa a los pies del retablo. La última de las capillas, la de San Francisco Javier, es la que presenta una decoración más barroca. El altar escenifica en su escena central, a este santo patrón de las misiones, dando la comunión en las indias orientales, creando un bello pasaje de delicados colores y estofados. Grandes lienzos cubren las paredes de la capilla, con diferentes escenas de la vida de este santo jesuita, conformando un ambiente recargado y desbordante, muy propio de aquel estilo artístico.

Otro de los grandes altares del crucero, probablemente de los talleres de los Navarro, es el de la Inmaculada Concepción parejo del que se sitúa justo enfrente, el del Santo Cristo. El dogma de la Inmaculada fue defendido con ardor por muchos de los eruditos de la orden jesuítica. En este caso, una bella imagen de María aparece flanqueada por Santa Bárbara y Santa Teresa de Jesús las cuales admiran arrobadas la figura de la llena de gracia. En el ático, María asciende a los cielos rodeada de ángeles, plasmando así el triunfo de la Virgen sobre la corrupción del sepulcro. El banco del retablo presenta en forma de bellos relieves, algunas de las letanías, de las alabanzas propias de la devoción mariana como, el ciprés, la Estrella de la mañana, la Torre de marfil, la Fuente sellada, la Rosa mística, El espejo de justicia, El templo de Dios, La puerta del cielo, La palmera, Las azucenas, El trono de sabiduría, El pozo de aguas vivas, El cetro, y, por último, La torre de David.

Altar de La Inmaculada Concepción (Imagen: ARS17)

Bajo la imponente cúpula que corona el templo desde el año 1756, se hallan unas de las obras de arte más notables de esta iglesia: las pechinas, elaboradas por el genial pintor aragonés Francisco de Goya cuando sólo contaba con 20 años de edad. Estos imponentes lienzos, realizados en una gama de colores pardos y muy oscurecidas además, por el oxidamiento de los tintes, representan a los cuatro padres de la iglesia latina. San Jerónimo, pintado como un cardenal, parece estar ejecutando, en aquel momento, una de sus obras más notables: la vulgata. Debajo de la misma la figura de un gran león que forma parte de la leyenda de este santo padre. San Agustín, en colores azulados y con fondo vegetal, sostiene un corazón del que sobresalen unas llamas símbolo del amor de Dios y de la orden agustina. El Papa San Gregorio, en una representación soberbia, escribe una de sus obras asistido por el aliento del Espíritu Santo. Por último San Ambrosio, representado como un obispo, contempla un libro que sostiene un ángel, enmarcado en un fondo de oscuras nubes que recuerdan a los días de tormenta veraniega en esta ciudad bilbilitana.

Las cuatro pechinas de Goya (Imagen: Carlos Moncín)

Pasando de una de las bellas artes como es la pintura, a otra, como es la música, los pies del templo lucen una de las mejores muestras de caja de órgano barroco del siglo XVIII. Éste no se crearía ex profeso para este templo siendo su procedencia una incertidumbre. Su estructura, adornada de pintura imitando mármoles, se encuentra coronada por tres torres rematadas por unos arcángeles que tañen instrumentos. Rocallas completan el adorno de esta bella joya restaurada por el genial organista Gerhard Grenzig en 2001. Este músico añadiría, a su antigua estructura, un nuevo instrumento recuperando así su sonido barroco primitivo. Esta elegante caja oculta parte de la decoración primitiva de los pies del templo (a base de movidos estucos), el gran ventanal y los dos medallones que representan a los santos Pedro y Pablo.

Vista del órgano (Imagen: Carlos Moncín)
Vista del órgano (Imagen: ARS13)

La parroquia de San Juan el Real es, hoy en día, una de los templos más importantes de la diócesis de Tarazona. La linda y elegante disposición interior de sus naves no dejan indiferente a los muchos visitantes que acuden a nuestra ciudad bilbilitana. Podemos afirmar, con gran orgullo, que Calatayud posee, en este bello templo, una de sus joyas más preciadas.

(Texto: Carlos de la Fuente)

Puertas pintadas al óleo por un Goya joven (Imagen: ARS18)